viernes, 30 de diciembre de 2011

Algún que otro desvarío sin importancia

Hay veces que no merece la pena, o que simplemente sí la merece. A veces no somos capaces de darnos cuenta de qué es lo que de verdad importa, o lo que deberíamos dejar pasar. Creo que por una vez en mi vida he dado en el clavo y no dudo en decir lo que quiero, o lo que quiero conseguir. Y es extraño, porque siempre he andado dando tumbos, de un lado para otro, lamentándome de lo que había, soñando con lo que estaba por venir, pero siempre con nostalgia, con tristeza, taciturna y al fin y al cabo sin sentido, porque, todos sabemos que de nada vale lamentarse del pasado, y quedarse mirando el presente, viéndolo pasar y sin nada que hacer en realidad.
Pero desde un tiempo a esta parte, me he dado cuenta de esas cosas de las que la gente tiene miedo a darse cuenta, porque, tenemos miedo a sufrir, al rechazo, a la soledad, pero que en más ocasiones de la que nos esperamos, el sufrimiento, y la soledad, y el rechazo nunca llegan. Me he dado cuenta de que en realidad no tengo todo lo que pueda tener en el mundo, pero tengo todo lo que quiero en el mundo .

martes, 5 de julio de 2011

Reflexiones.

Caminaba sola, calle abajo. Apenas habían comenzado a golpear los primeros rayos de sol en las ventanas. Yo iba rápido, sin
pararme. Grafittis en paredes de ladrillo que me recordabana a aquellos barrios de mi pueblo, cerca de mi colegio. En esos momentos
pensaba en las conversaciones de la tarde anterior, en las que desde la ventana hablabamos de lo que nos gusta y nos deja de gustar,
de nuestra concepción de esa persona que encajaría más con nosotras. Entonces me dí cuenta de lo poco que te pareces a ese
chico que mirábamos desde la ventana.
Y no es que me moleste. Gran parte de nuestro tiempo lo pasamos pensando en como encontrar la pieza que falta en nuestro puzle,
y siempre buscamos esa persona que creemos que más se parecerá a nosotros, o lo que consideremos más guay, pero, nunca es la 
pieza que miramos primero, ni la que nos gustaría que fuese. Normalmente, siempre aparece de casualidad, bajo el sofá, escondida entre otras,
extraviada, no necesariamente con las demás. Y siempre viene de forma inesperada. Siempre.
Y para mí, tú eres lo más inesperado del mundo, y eso, me gusta.

viernes, 24 de junio de 2011

Que te tenga que decir yo estas cosas...

¿Qué es lo que te pasa? ¿Cuál es el problema? Exacto, ninguno. Simplemente que eres un poco gilipollas, pero por lo demás, todo va bien. Demasiado bien, diría yo. Ahora que lo pienso, eres demasiado gilipollas. ¿Te vas a dar cuenta de todo lo que tienes hasta que lo pierdas? Porque vas por ese camino. Por subnormal, por no saber ver lo que tienes delante, que son muchas cosas. Tienes todo lo que debes tener, y más. Y aún así… te atreves a hacer esto. Las cosas buenas se acaban y si no eres capaz de verlo cuando lo tienes… Sí, eres definitiva y rematadamente imbécil. Lo siento, pero las cosas claras. Si no te lo digo yo, quién te lo va a decir. 
Sé feliz.  

jueves, 7 de abril de 2011

Una

Hay veces que simplemente te apetece mirar atrás, y pensar aquellas tonterías que solías tener en la cabeza de un tiempo a esta parte. Entonces te das cuenta de tantas y tantas cosas en las que tenías razón, y tantas y tantas cosas en las que estabas equivocada. Normalmente, predomina la segunda.
Es entonces cuando te paras y analizas la situación, y te da por sentir que todo es una mierda, y que quizás no vale para nada. Que tienes una vida por delante, y que sigues tan encerrada como antes. Y te planteas y piensas, que, igual el problema no es el resto del mundo, ni sus opresiones, ni sus mierdas, sino tú, tú misma, y lo que tú piensas. 

martes, 8 de febrero de 2011

Esta mañana

Caminaba a paso ligero, como siempre, cuando salí de aquel lugar. Me quedé mirándole, llena de curiosidad. Fueron unos segundos los que me llevaron observarle, pero, fueron suficientes para que sus rápidos pasos le llevaran bastante lejos de lo que yo podría alcanzar. Tenía algunas canas de más, y por lo que me había dado tiempo a ver, en su mirada se habían archivado los años que separaban ese momento con la última vez que vi a aquel hombre.
Le fui siguiendo, pero sin más. Tampoco es que me interesase demasiado. De cuando en cuando le perdía de vista y volvía a aparecer. Mientras tanto, yo iba trazando en mi mente su trayectoria, adelantándome a sus pasos, pues, a pesar de los años, seguía entrando y saliendo de los mismos sitios.
Siguió así durante unos minutos, hasta que por fin pensé, aquí le pierdo definitivamente. Se acercaba al café donde solía pasar a tomarse algo al mediodía. Pero, para mi sorpresa, pasó de largo, ni miró por los ventanales a ver si veía a alguien conocido. Entonces supuse que había entrado alguien más en su gran lista de “personas a las que no pienso dirigirles la palabra”. Eso era lo más probable.
Estuvo caminando delante de mi durante otros cinco minutos más o menos hasta que finalmente lo perdí de vista. No tenía la más remota idea de donde se había metido, hasta que, pasando junto a un café lo vi. Estaba saludando con un beso a una mujer, de poco más o menos su edad y un vestido verde. Parecían contentos y también algo preocupados y recelosos. Pero también era normal, porque, esa no era su esposa.