miércoles, 15 de septiembre de 2010

Cobarde

Sonrisas cruzadas en mitad de una noche sin sentido, sin esperanza. Y deseos que se pierden a la vez que se ganan. Los mismos deseos, y otros nuevos. Y otras palabras, que en realidad son las mismas de siempre, pero nuevas al fin y al cabo. Rehechas y reencontradas. Para al final quedarse en nada. Para quedarse en incertidumbre. Y otras palabras que no se dicen, que se quedan atragantadas, pero que llevan deseando salir un tiempo infinito, y ni siquiera saben si podrán hacerlo. Sentidos opuestos que se van separando y caminos distintos, que en realidad no llevan a ninguna parte. Y todo por tu culpa, cobarde.

jueves, 24 de junio de 2010

Valor


Hoy es uno de esos días en los que te levantas con un único pensamiento. Un único pensamiento que, por mucho que intentes borrarlo, no desaparece ni aunque te des golpes contra la madera del escritorio.
Entonces decides salir de casa...¿por qué no? Si total, has probado de todo y no funciona nada, y la madera del escritorio parece un poco dolorida.
Caminas sin rumbo, hacia donde te lleve el subconsciente. Y, como eres algo idiota, si querías alejar el dichoso pensamiento, hacer caso al subconsciente era lo último que debías haber hecho. Te acaba de llevar justo al lugar donde no deberías haber ido.

Te sientas en ese banco que hay al cruzar la calle desde su portal, justo en frente, y te quedas clavada mirando pasar los coches, sin nada que hacer y sin dejar de preguntarte qué ocurriría si aparece, teniendo en cuenta que la probabilidad es máxima: estás en la puerta de su casa... “ ¡Hola!¿qué pasa? Cuánto tiempo..¿no? ¿Cómo tú por aquí?”.... “ Sí bueno... verás... pasaba por aquí...” ... “ buscaba sitio donde leer y resulta que es idóneo”...(Sí con un sol enorme justo encima de tu cabeza, que por cierto, se esta quedando frita, no hay nada más que leerte el pensamiento...y con cuatro arbustos feos y mal puestos, ya sabemos cómo es el alcalde...).

Sacas el libro que tienes en el bolso. Intentas leer. Pero ha pasado media hora y todavía vas por el segundo párrafo de la página 215, la misma en la que lo dejaste el día anterior. Si sigues un segundo más ahí sentada. Vas a reventar.

Valor, eso es lo que te hace falta. Te levantas lo más rápido que puedes y te echas a andar, decidida, en la dirección contraria a la que te pide el cuerpo. Te alejas del portal, sin mirar atrás... y no te das cuenta de que hay unos ojos clavados en tu nuca... y quizás un poco más al sur, que se preguntan si gritar tu nombre, llamarte, o no decirte nada. Pero el valor no es suficiente, se da la vuelta y saca las llaves.
Es en ese momento cuando decides darte la vuelta, y ves como se cierra lentamente, la puerta negra y pesada que has estado mirando toda la mañana.

domingo, 11 de abril de 2010

Adicciones


Hasta por la más pequeña rendija se cuela la luz del mediodía, golpea en los ojos con fuerza, y te saca de esa odiosa pesadilla, de ese sueño que quieres que acabe, y del que no eres capaz de despertar.
Abres despacio los ojos, y miras la ventana, cerrada y oscura, salvo por ese pequeño roto de la persiana, que ilumina tenuemente el cuarto, y que crea el estado de penumbra en el que te encuentras.
Te incorporas despacio, y notas los martillazos en tu cabeza, rompiéndote la cordura, y haciendo añicos lo poco que queda de ti.
Te levantas a duras penas, y buscas desesperadamente esa pequeña bolsita que te da la felicidad por unos momentos, y que a pesar de todo el sufrimiento de después, te merece la pena.
Entonces es cuando te agarras la cabeza y rompes a patadas lo que encuentras a tu paso, al acordarte de que se la diste al primero que te ganó esa estúpida apuesta de la noche, y que te ha robado lo único que te daba la vida.
Te tiemblan las rodillas, y das con ellas en el suelo. Es en ese momento cuando ves un paquete de tabaco, completo y en perfecto estado, que sabías que andaba por ahí, pero que siempre habías considerado lejano y perdido.
Lo agarras débilmente, y consigues ponerte en pie, poco a poco. Comienzas a andar ese pequeño trecho hasta la ventana, que desde la cama parecía el mundo entero, y la abres, dejando que se llene todo de luz. Respiras profundamente, relajándote y despejándote. Sacas el clipper que guardas en tu bolsillo exterior del bolso, y enciendes el primer cigarrillo del paquete. El humo inunda tus pulmones, y te sumes en la paz que se había ido la noche anterior.Vuelves a ser completamente feliz.

sábado, 9 de enero de 2010

Casualidad



Es increíble como la Casualidad puede cambiarte la vida. Hoy puedes ser el hombre más rico del mundo y mañana, verte sin un duro, desahuciado. Puedes ser una persona completamente sana, y puedes morir por estar en el lugar equivocado, y en el momento equivocado.
Muchas personas se encuentran con la Casualidad de frente y no saben reconocerla. Aunque, si bien es cierto que no tiene la apariencia que te esperas, es fácil identificarla. La Casualidad es juguetona y caprichosa, y su aspecto refleja su personalidad.
Pues bien, la Casualidad también cambió mi vida, y del modo más extraño que se pueda imaginar.
Yo vivía en Madrid por aquel entonces. Estaba haciendo mi último año de Arquitectura, y se acercaban las Navidades. Como cada año, iba a ver a mi familia, en un pueblecito de Ávila.
Había cogido un billete de autobús para las doce menos cuarto del mediodía, y aquel día me levanté tarde. No tenía ni siquiera la maleta hecha, así que la hice como pude y salí del piso sin desayunar. Eran las diez menos cuarto.
Iba a toda velocidad, casi sin mirar por dónde pasaba. Justo cuando iba mirando el reloj, choqué con alguien.
Me disculpé y, me iba a marchar, pero cuando levanté la cabeza me topé con una chica de aire infantil y mirada juguetona que me observaba sonriente.
Con su imperturbable sonrisa, me cogió de la mano y me dijo: Vamos a desayunar. Me llevó a la cafetería más cercana y pedimos unos churros. No me preocupé de la hora. Era como si me hubiese hipnotizado.
Le conté todo de mí, y ella se limitaba a mirarme, con su eterna sonrisa, y a hacerme preguntas. Pero ella no decía nada sobre su vida. No me di cuenta de que me estaba entreteniendo.
Sin previo aviso, se levantó de su asiento, pagó el desayuno, me besó suavemente, y se marchó. De la misma forma en que apareció, la chica misteriosa se fue. Me quedé como atontado, pensando que me había enamorado, y no era capaz de explicar cómo.
Entonces miré el reloj. Las doce. Había perdido el autobús. Me puse de los nervios. No sabía cómo había podido despistarme de aquella manera. Me enfadé conmigo mismo. Me levanté deprisa y salí para la estación. Allí cambié el billete para el próximo autobús.
Al día siguiente, ya en mi casa de Ávila, me puse a leer el periódico. Había una noticia que me dejó fuera de lugar. Un autobús se había salido de la carretera de un puerto de montaña. Era el autobús que yo debía haber cogido el día anterior.Fue entonces cuando supe quién era la chica misteriosa con la que había desayunado, y que me había salvado la vida. En ese momento comprendí que estaba enamorado de la Casualidad.