sábado, 9 de enero de 2010

Casualidad



Es increíble como la Casualidad puede cambiarte la vida. Hoy puedes ser el hombre más rico del mundo y mañana, verte sin un duro, desahuciado. Puedes ser una persona completamente sana, y puedes morir por estar en el lugar equivocado, y en el momento equivocado.
Muchas personas se encuentran con la Casualidad de frente y no saben reconocerla. Aunque, si bien es cierto que no tiene la apariencia que te esperas, es fácil identificarla. La Casualidad es juguetona y caprichosa, y su aspecto refleja su personalidad.
Pues bien, la Casualidad también cambió mi vida, y del modo más extraño que se pueda imaginar.
Yo vivía en Madrid por aquel entonces. Estaba haciendo mi último año de Arquitectura, y se acercaban las Navidades. Como cada año, iba a ver a mi familia, en un pueblecito de Ávila.
Había cogido un billete de autobús para las doce menos cuarto del mediodía, y aquel día me levanté tarde. No tenía ni siquiera la maleta hecha, así que la hice como pude y salí del piso sin desayunar. Eran las diez menos cuarto.
Iba a toda velocidad, casi sin mirar por dónde pasaba. Justo cuando iba mirando el reloj, choqué con alguien.
Me disculpé y, me iba a marchar, pero cuando levanté la cabeza me topé con una chica de aire infantil y mirada juguetona que me observaba sonriente.
Con su imperturbable sonrisa, me cogió de la mano y me dijo: Vamos a desayunar. Me llevó a la cafetería más cercana y pedimos unos churros. No me preocupé de la hora. Era como si me hubiese hipnotizado.
Le conté todo de mí, y ella se limitaba a mirarme, con su eterna sonrisa, y a hacerme preguntas. Pero ella no decía nada sobre su vida. No me di cuenta de que me estaba entreteniendo.
Sin previo aviso, se levantó de su asiento, pagó el desayuno, me besó suavemente, y se marchó. De la misma forma en que apareció, la chica misteriosa se fue. Me quedé como atontado, pensando que me había enamorado, y no era capaz de explicar cómo.
Entonces miré el reloj. Las doce. Había perdido el autobús. Me puse de los nervios. No sabía cómo había podido despistarme de aquella manera. Me enfadé conmigo mismo. Me levanté deprisa y salí para la estación. Allí cambié el billete para el próximo autobús.
Al día siguiente, ya en mi casa de Ávila, me puse a leer el periódico. Había una noticia que me dejó fuera de lugar. Un autobús se había salido de la carretera de un puerto de montaña. Era el autobús que yo debía haber cogido el día anterior.Fue entonces cuando supe quién era la chica misteriosa con la que había desayunado, y que me había salvado la vida. En ese momento comprendí que estaba enamorado de la Casualidad.